(Reseña) La virgen de los sicarios: la religiosidad de las balas

(Reseña) La virgen de los sicarios: la religiosidad de las balas

En 1994 se publicó la novela La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, y en 1999 él mismo se encargó de adaptar su novela para la versión cinematográfica dirigida por Barbet Schroeder y que cuenta en los roles principales con las actuaciones de Germán Jaramillo, Anderson Ballesteros y Juan David Restrepo.

Una novela provocadora de un provocador

En su juego de no respetar a nada ni a nadie, Fernando Vallejo no puede evitar querer a su manera a la ciudad de Medellín, una ciudad colombiana que bien puede ser una latinoamericana del pasado, del presente o del futuro. Lo particular de esta urbe es que a inicios de la década de 1990 era un campo de batalla en el que los vivos y los muertos convivían por las calles de la ciudad alias Medallo y a donde nuestro narrador ha vuelto luego de muchas décadas de ausencia. Y, así, La virgen de los sicarios, de mano de Fernando, el narrador, te presenta una ciudad trastornada por la violencia, consumida por la ira, tomada por el narcotráfico y engrasada por el cinismo.

Fernando ha vuelto a morir en su natal Colombia, pero le presentan a Alexis en una reunión donde viejos gays conocen a sicarios adolescentes y se juntan. En el caso de nuestro narrador, a establecer un vínculo del cual no espera mucho, porque lo único que espera el narrador es morir y ser devorado por los gallinazos, pero del que no quiere desprenderse. Y en esa espera de la muerte va soltando pequeños jirones de recuerdos de una Medellín que ya no existe y los mezcla o compara con la Medallo (o Metrallo) que tiene que enfrentar, un retazo de infierno producto de la infamia de Dios.

Es interesante que, pese a que el narrador se presenta como un gramático y a pesar de que suele corregir errores de sintaxis en sus interlocutores, este, en su hablar cotidiano yerra y no le importa, porque ese es un lenguaje oral, que no se ha hecho para que lo sobreviva, sino para que sus interlocutores lo entienden y eso le basta. Un narrador culto que se apropia del sociolecto de las comunas y la hace propia, no se siente en ningún momento como algo falso.

Se hace además un especial énfasis en la religiosidad de los sicarios, como lo deja entrever el título de la novela, sobre todo en la advocación de la Virgen del Carmen y de María Auxiliadora, a la que se encomiendan los adolescentes antes de meterle un plomazo a sus víctimas.

Es de lectura rápida, con pasajes que llegan a ser poéticos, entrañables, porque pese al cinismo e insensibilidad del narrador, este de todas maneras nos muestra su lado más sensible y vulnerable, en un mundo en el que a pesar de sus imperfecciones nadie critica que un adulto mayor sostenga una relación gay con un joven sicario. 

La película de Schroeder

Una historia cuyo origen está basado en un lenguaje coloquial tan específico como el antioqueño, al trasvasarse al cine, debería al menos conservar ese ingrediente que hizo buena la historia original. Por suerte, pasa esto, pero cuando leí la novela me figuraba un Fernando más visiblemente amargado, más hostil, pero esta versión estilizada, a cargo de Germán Jaramillo, a veces resulta rígida, y me cuesta creerle por momentos. No así a los sicarios Alexis y Wilmar, quienes son más convincentes.

Resulta también interesante cómo la película sirve también como un retrato de una Medellín sumida en la violencia, se ha convertido en una ciudad ruidosa que ya no tiene rastros de la apacible Medellín de la juventud de Fernando. Bulliciosa y partida en dos: la Medellín de antes, de los que tienen algo que conservar y la de las comunas, los que quieren arrancharlo todo porque todo se les ha negado. Fernando está aferrado a ese pasado suyo escuchando a Maria Callas y despotricando de los vallenatos y de los nuevos ritmos musicales que son solamente bulla para él. Es como si Medellín se las arreglara incluso para quitarle la muerte que él busca, castigándolo con la sórdida imagen de los demás muriendo alrededor de él.

La película también puede verse como un descenso al infierno, sensación que se refuerza con los sueños iconoclastas de Fernando, en donde mezcla imágenes religiosas con imágenes de drogadictos invadiendo iglesias y usándolas como refugios en donde poder intoxicarse. Y parte de este descenso es también el «reaprendizaje» del idioma,el que parece haber evolucionado por un camino muy peculiar y  manchado de sangre. Desafortunadamente, el final de esta película es un cierre que no me dice nada, algo que no me termina de dibujar a un Fernando que a lo largo de la película no se esforzó en convencerme de mucho.

Por Christian Ávalos

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