El 1 de abril el escritor checo Milan Kundera cumple 92 años de existencia. Esto nos sirvió de excusa para repasar una de sus más aclamadas novelas. Publicada en 1984, La insoportable levedad del ser es uno de los hitos de la literatura europea de la segunda mitad del s. XX y significó la consolidación del mito kunderiano a nivel mundial.
La vida de Milan Kundera no ha estado exenta de polémica. Ni siquiera ahora, que ya ha superado las nueve décadas, el autor conoce la levedad, solo la carga de haber sido un ferviente comunista. A pesar de que pareciese que hizo las paces con su natal Chequia a inicios de este siglo, un gran sector de la población de ese país lo sigue considerando un delator de la policía de la antigua Checoslovaquia. La reciente publicación de la novela de Jan Novák titulada Kundera, que revela información sobre cómo Milan Kundera construyó un mito sobre sí mismo, tampoco ha ayudado a mejorar esta imagen, pues ha polarizado a los checos. Podría incluso plantearse un paralelo entre su vida y la de Tomáś, su personaje protagonista de La insoportable levedad del ser (título original: Nesnesitelná lehkost bytí). Imagino que incluso en la vida del escritor checo hubo más de un episodio en que la Seguridad del Estado le pidió que delatara a alguien. Solo que, a diferencia del cirujano Tomáś, no hay certeza de que Kundera no lo haya hecho. Este es el insoportable peso que tiene que cargar.
La insoportable levedad del ser vio al luz en Francia, nueve años después de que Kundera huyera de su país natal y poco después de que se quedara sin la nacionalidad checoslavaca. En ella nos cuenta la historia de Tomáś, Tereza, Sabina y Franz; personajes que le sirven de excusa para ensayar un concepto del amor, del desamor y sus diversos matices, que viven en la Praga previa a la primavera de 1968, antes de la invasión de la Unión Soviética, un sangriento episodio de la vida republicana checoslovaca.
Resalta esta novela por las digresiones filosóficas e históricas, contadas por un narrador que no se limita a decirnos qué es lo que sucede con los personajes, sino también que intercede por ellos, los trata como a sus iguales. No son sus creaciones, son personas con las que se encontró en un bar de Ginebra, o caminando por las calles de París, y por las que toma partido para defender sus creencias.

El narrador actúa también como un cirujano, explicando con el escalpelo en mano todos los detalles relacionados con sus personajes. La gran parte de estos conceptos son tratados cuando se enfocan en Tomáś y sus relaciones con las mujeres. El signo que lo marca es el del eterno retorno hacia el peso y la casualidad. Todo se le presenta como el pesado destino de un tipo condenado de antemano por sus vicios, cosa que cambia cuando Tereza llega a su vida (por una «insignificante casualidad») y se casa con ella. La carga, o el peso, de Tomáś también está marcada por la inevitabilidad: él no puede dejar de tener relaciones con otras mujeres porque tiene clara la diferencia entre el amor y el sexo y no quiere prescindir de ambos. El «problema» es que dicha diferencia no es vista por Tereza, a pesar de que también buscó experimentarla.
Tereza es la casualidad, el destino que se tuerce y se impone. Es, de algua manera, el orden del caos que Tomáś necesitaba para darle algún significado al peso de su vida. Tereza siente que es un lastre para Tomáś, idea que confirma con las muchas infidelidades de su esposo, y por lo que decide volver a Praga luego de que ambos huyeran del yugo uso instalado ahí desde la invasión de 1968.
Marcada por el signo de la levedad está Sabina, amante de Tomáś en sus épocas anteriores a la invasión soviética de Praga. Ella es una artista liberal que rechaza toda relación y todo vínculo que pese sobre ella y la ate como una carga a algún lugar. Pareciera que es la pareja ideal de Tomáś, pero la primavera de Praga marca para siempre el destino de ambas vidas en direcciones opuestas. Esta levedad se acentúa cuando conoce a Franz, un profesor que va perdido en la vida por un idealismo que raya en la ingenuidad.
No podemos dejar de mencionar a Karenin, la perra cruza de sambernardo y pastor alemán que se convierte en el sostén emocional de Tereza en los momentos más crudos de su retorno a Praga. La parte que se dedica a Karenin es la más tierna de la novela. También es la más reivindicativa, porque en ella también Tomáś tiene la posibilidad de reconciliarse con su hijo Simon, fruto de su primer matrimonio, con quien había tenido un total alejamiento hasta cuando este estuvo bien entrado en la adultez.
La película de 1988

La novela fue un éxito de ventas desde su lanzamiento en 1984, y llegó al cine cuatro años después. El filme fue dirigido por Philip Kaufman y contó con las actuaciones de Juliette Binoche, Daniel Day-Lewis, Lena Olin y Derek de Lint. Quizá el mayor defecto de esta adaptación fue que la trama fue simplificada a tal extremo que los aspectos «ensayísticos» y digresiones que salpican la novela de Kundera se perdieron en diálogos no muy bien logrados en el guion de la película.
Kaufman acierta en poner el foco en la relación entre Tomáś y Tereza, pero sacrifica mucho en pos de darle ritmo a la narración, y no es suficiente. La película se siente en muchos momentos lenta y excesivamente larga, como si cayera en una laguna de aguas quietas, en las que no se avanza hacia ninguna dirección. Tereza, en ese sentido, es reducida a una chica insegura y patética que parece no tener mucha autoestima. Tomáś, por otro lado, se desdibuja, y solo se debe a Daniel Day-Lewis que ese personaje haya salido a flote.
Ha sido un filme que ha envejecido mucho más rápido que la novela, la cual mantiene su vigencia a casi cuarenta años de su publicación con las relaciones leves y pesadas de sus personajes intactas y configuradas caso como un arquetipo de relaciones tóxicas, etéreas y existenciales.
Por Christian Ávalos