De seguro te suena bastante la guerra de Vietnam. Es un tema que ocasiona pesadillas a más de un gringo, por no decir que la filmografía estadounidense de los últimos cincuenta años está plagada de referencias acerca de este conflicto que significara la muerte absurda de mucha gente inocente en el sudeste asiático, pero también de muchos soldados yanquis, que fueron en su mayoría tratados como parias a su regreso a casa, pues eran un recordatorio incómodo para las autoridades, y eran vistos como asesinos de niños para un sector de su sociedad.
Pero tal vez te sonarán menos los años previos a ese conflicto, en que los Estados Unidos metieron la nariz en asuntos franco-británicos en la zona que se conocía como la Indochina (lo que ahora son los países de Camboya, Vietnam, Laos, Birmania y Tailandia). Era la década de 1950 y muchos países luchaban por obtener su independencia del imperialismo europeo. Los movimientos nacionalistas vietnamitas tenían una clara tendencia ideológica que los alejaba de los países occidentales y esto —como no podía ser de otra manera— preocupaba mucho a los Estados Unidos, que vivía una época rabiosamente anticomunista.
Graham Greene sitúa en este contexto esta intriga policial, El americano impasible (1955). La novela nos cuenta de una manera muy inteligente y sutil la forma como los Estados Unidos empiezan a tener una mayor injerencia en el sudeste asiático, todo retratado de manera magistral a través del conflicto amoroso creado entre Fowler, Phuong (una mujer vietnamita) y el agente encubierto de la CIA Alden Pyle, el americano que le da título a la novela.
A través de este triángulo amoroso Greene nos explica con maestría su punto de vista acerca del papel que cumplieron las potencias europeas en Vietnam. Pero también nos predice acertadamente el papel que empezaría a cumplir los Estados Unidos en la región, país que siempre parece ir convencido de que está haciendo lo mejor para el mundo libre y para la democracia derrocando regímenes que no son de su agrado. Pyle encarna muy bien este espíritu: un tipo quizá bien intencionado, tranquilo, bonachón, ideológicamente convencido de que su intervención a favor de una «tercera fuerza» en Vietnam es lo mejor para eso país. Pero termina apoyando un atentado terrorista que ocasiona que su moral conservadora y cristiana entre en conflicto.

Como lo predice Greene, esto terminaría mal para Estados Unidos muchos años después, y también para Pyle, pues termina muerto y apuñalado en el río. Es así como empieza la novela. Este autor, quien también fue corresponsal de guerra en la zona y también tenía experiencia como espía, conocía muy bien el tema sobre el que escribía y por ello lleva con bien ritmo el triángulo amoroso tanto como la intriga política que envuelve toda la historia.
Fowler, por otro lado, es un tipo cínico y descreído que ya ha visto las bajezas del hombre blanco y que sabe muy bien que Pyle terminaría como terminó. Aunque, en honor a la verdad, bastante hizo aquel para el fatídico final de agente de la CIA. Representa, en ese sentido, el cansancio y la apatía del Reino Unido, un imperio cansado, vetusto, que ya no tiene más fuerzas ni convicción para continuar administrando la zona y que mira con una pizca de morbo cómo las cosas se van degenerando cada vez más. En el caso de Thomas Fowler, además, está presente el conflicto con su esposa, en la lejana Londres. Además, ante la perspectiva de salir de Vietnam, prácticamente entrega a Phuong a los brazos del impasible americano. Gran alegoría sobre la geopolítica del siglo XX.
Esta novela cuenta con dos adaptaciones al cine. La primera, de 1958, dirigida por Joseph Mankiewicz. En el 2001 fue llevada de nuevo al cine por Philip Noyce, con guion de Christopher Hampton y Robert Schenkkan. Esta versión, mucho más fiel con la novela, contó con las actuaciones estelares de Michael Caine (como Fowler, papel por el que fue nominado al Oscar), Brendan Fraser (Alden Pyle) y Đỗ Thị Hải Yến (Phuong).
Por Christian Ávalos