Pocas veces tienes oportunidad de ver actrices de la talla de Haydée Cáceres, Sonia Seminario, Gracia Olayo y Grapa Paola en escena juntas, haciendo un despliegue de oficio, talento y una demostración del enorme peso escénico que tienen. Porque de no ser por ellas, es probable que Las mejores familias pasara como una película ligera sin mayor mérito, de pretensiones críticas con la clase social que retrata, pero sin ninguna conclusión coherente. Aunque hay que destacar, por otro, dos actuaciones que cuando llegan a su momento climático no decepcionan: Tatiana Astengo y Jely Reátegui, pero esta mención aparte tiene una razón de ser.
La película que ha escrito y dirigido Javier Fuentes-León nos lleva a la celebración del cumpleaños de las matriarcas de dos familias, «de las mejores de la ciudad», Carmen (Gracia Olayo) y Alicia (Grapa Paola), que organizan un almuerzo familiar en la casa de una de ellas, las cuales están unidas por una antigua construcción que en este universo limeño tradicional es conocida como «la casita de muñecas», construcción que está muy involucrada en la historia de dichas familias de las últimas décadas.

La historia se centra en la llegada de Andrés, interpretado por César Ritter, con una novia mujer (a pesar de que se identifica como gay), encarnada por Jely Reátegui, hecho que sirve de disparador de una comedia de enredos que no solo afecta a las dos familias (Alayza y García-Martínez), sino también la familia de Peta (Gabriela Martínez) y Luzma (Tatiana Astengo), dos empleadas del hogar que trabajan para estas familias. En ese sentido, la película avanza muy bien con los enredos que va planteando, de manera más o menos sólida y tratando de no perderse en su propia constelación de personajes.
Por el contrario, resuelve con pericia el momento crucial en el que, a mi parecer, Astengo y Reátegui logran quizá una de las mejores interpretaciones de sus carreras, escena que pese a ser muy larga mantiene muy bien el ritmo y la tensión. Astengo ha dado muestra de un enorme talento para plantarse ante una confundida Merche (Jely) y casi, casi rogarle con una mirada que al menos le devuelva una mirada sin juzgarla. Por otro lado, la gran solvencia que ha demostrado Reátegui tanto en teatro como en cine y televisión para la comedia se suma esta veta que haría muy bien en explotar mucho más.

Fuentes León, por otra parte, había dado muestras de temple para dirigir una historia con mucha tensión como El elefante desaparecido, su segunda película, que fue muy superior a su ópera prima Contracorriente. Sin embargo aquí, opta por una comedia con un toque ligeramente dramático que sigue muy bien la estructura de películas que tratan enredos familiares, pero que llega a una conclusión inquietante: nada cambia. Hubo al menos tres revelaciones cruciales que serían suficientes para traerse abajo cualquier entramado familiar (sobre todo si lo vemos desde el punto de vista de la gente del servicio de esas casas), pero en esas casas no ha pasado nada. La vida de Peta y Luzma puede que haya sufrido uno de los cambios más fuerte de su historia, pero al final sus vidas no cambiaron en nada.
Para pensar si no es acaso una poco sutil forma de decirnos que la sociedad limeña (caótica y partida en dos, como la propia película la muestra) no necesita cambiar, pues porque está llena de buenas familias.
Por Christian Ávalos