Cuando pienso en el tiempo que le tomó a Dostoievski escribir esta novela, me saltan ciertas dudas sobre sus motivaciones. ¿Fue solamente la imperiosa necesidad de dinero que tenía casi siempre o era un intento de exorcizar ese demonio que fue para él su adicción al juego? Es fácil llegar a la conclusión de que la respuesta es un poco más complicada. El jugador es un libro tremendo por varias razones, la principal porque su autor lo acabó en tiempo récord y con todo en contra. Es cierto que es de un estilo desprolijo, pero logra conjugar aquí lo autobiográfico con la coherencia narrativa sin conceder nada con autocompasión, para después regalarnos un final desalentador, que nos habla del profundo infierno en el que se hunden los jugadores patológicos.
Alekséi es un tipo destinado a la autodestrucción; Pólina se encarga de acelerar este proceso hasta empujarlo a situaciones extremas, como irse de Ruletemburgo con Mmlle. Blanche por despecho. La comparsa de ellos encarnan todos estereotipos tanto rusos como europeos, a manera de crítica de Dostoievski contra sus compatriotas y contra los occidentales, que son vistos por este proeslavista como sociedades corrompidas por el juego y el placer. Hay que recordar que para la época en que Dostoievski escribió esta obra pasaba por una nueva etapa eslavista.
Al ser un álter ego del autor, Alekséi enfrenta los mismos demonios que Dostoievski, pues se entrega sin ofrecer resistencia a una relación sin futuro mientras va despilfarrando su vida y su exiguo patrimonio en las ruletas, tal y como el mismo Dostoievski hizo durante mucho tiempo. Su camino podría definirse como el contrario al del héroe. Alekséi sabe bien lo que debe hacer: tiene que irse y dejar al general en el mismo laberinto de ambición en el que él se metió, pero decide quedarse persiguiendo un amor que le es esquivo. Sin embargo, no lucha por él, sino que se dedica a lo contrario, a olvidar a Pólina de una forma irresponsable y pródiga. Hay quien diría que es el espíritu eslavo en todo su esplendor, del que también es muestra el general, personaje que parodia muy bien a la clase aristocrática de la Rusia zarista del siglo XIX, una clase inútil y ociosa que no hace sino gastar sus rentas en pasar una vida holgada, rodeada de aduladores de distintas nacionalidades europeas.
Casi, casi, una imagen instantánea de la situación de la Europa imperialista de entonces.
Por Christian Ávalos