(Reseña) “The Batman”: En el nombre de la venganza

(Reseña) “The Batman”: En el nombre de la venganza

No quisiera entrar en la discusión inútil de qué películas son mejores, si las de DC o las de Marvel, porque es tan provechosa como discutir el sexo de los ángeles. Lo único que hay que anotar al respecto es que dichas películas no están hechas para el mismo público y eso es lo que quiero destacar, sobre todo si vamos a hablar de Batman.

Y sí, DC nos ha ofrecido una buena porción de bazofia fílmica en formato digital, quizá no comparable con la producida por la casa de la orilla opuesta, pero es dueña un personaje (y de una franquicia) que reclama siempre dejar de lado la descarada intención de vender canchita en el cine y muñequitos en el McDonald’s para contar una historia fiel a su canon, a su origen detectivesco, no tanto porque los fanáticos lo reclamen, sino porque el propio personaje lo exige.

Digresión: hay cosas que no pueden tener colores y brillos y alegres artículos de promoción porque simplemente no están pensados para eso. Piénsese en el Batman de Adam West, una alucinación lisérgica que algún colgado de los sesentas concibió luego de un viaje con un hongo vencido. O en la inefable versión de Clooney y Kilmer. El director tuvo que salir a ofrecer disculpas. Tarde, Schumacher. La batitarjeta Visa ya existe y serás recordado por eso en la historia universal de la infamia.

Aunque hay algo que caracteriza a los dos buques insignia de DC: la doble personalidad. Tanto la versión en calzoncillos de Nietzsche como el hombre murciélago tienen que pasar la mitad de su tiempo fingiendo algo que no son, haciendo una caricatura de sí mismos representando lo que ellos creen que los demás esperan. Vuelvo sobre eso en un rato.

La historia canónica del hombre murciélago es harta conocida. Concebido en una época en la que las historias de detectives estaban muy de moda, pensar en volver a ese origen sonaría riesgoso porque se tiraría abajo el tono de una película que, de todas formas, hay que decirlo, reclama su peleíta, su persecución, su bombita. Pero lo que hace el director Matt Reeves es más que válido: sumerge a Gotham y a todos sus habitantes en una asquerosa atmósfera de corrupción y suelta en ella una buena porción de radicales que reptan por las redes sociales y, de esa manera, consigue una película que describe muy bien a la tercera década del siglo XXI. Luego de la pandemia y de ver que hasta los fondos de ayuda eran saqueados, ¿cómo no sentirlo así?

The Batman nos presenta una Gotham tomada por la corrupción, en donde parece que pocas personas se salvan de su pátina de putrefacción, en donde caen incluso los más «blanqueados» por la historia oficial y esto es con lo que tiene que lidiar Bruce Wayne, quien ya no es un personajillo que tiene que hacer la finta de playboy aburrido. No tendría sentido. Wayne es personaje que está pidiendo a gritos la ayuda de un profesional de la salud mental y andar por ahí rodeado de chicas guapas y autos de lujo, naturalmente, no es una de sus prioridades.

Su prioridad es la venganza, y lo hace saber desde que empieza la película, cuando aparece caminando como el más común de los mortales, sin explosiones ni volando a través de una ventana. Este Batman intimida entrando como un psicópata: a pie, como un Mike Myers en cueros negros. Este Batman para nada es un héroe: es un friki, un justiciero sin rumbo fijo, desprovisto de cachivaches tecnológicos de última generación superespectaculares. Solo tiene lo necesario para desarrollar una actividad de investigación old style.

Tiene que venir otro tipo tan rayado como él llamado Enigma para poner las cosas en orden dentro de la cabeza del justiciero, pues pareciese que sin esta aparición Batman se dedicaría solo a perseguir choros en moto y pastrulos en la estación del Metropolitano en la plaza Dos de Mayo. Interpretado por un más que creíble Paul Dano, Enigma es huérfano como Wayne, pero sin los privilegios que este tuvo, quien toma como excusa la necesidad de limpiar la ciudad de los más poderosos corruptos para, más bien, consumar un plan de venganza. Entonces, al ser Enigma también un vengador, al Murciélago no lo queda otra que buscar un mejor mote: se convierte en Justicia.

Grande Pattinson. Te pido perdón, vampirito, no creía en ti. Pero desde que te vi en Cosmópolis y en El faro, empecé a olvidar tus apariciones paliduchas de chupasangres emo o de aprendiz de mago para verte ahora convertido quizá en el mejor actor de tu generación. Aunque, claro, sigues muy cómodo en el código emo que le cae tan bien a la atmósfera gótica de esta película.

Muy bien Zoë Kravitz como Selina Kyle. No digo Catwoman porque de esto vi poco. Vi más bien una Selina que no puede evitar erizarse ante la presencia de su emo favorito. Seguro que después de verlo al Battinson Selina ponía una canción de Killing Joke o de My Chemical Romance para sentirse más a gusto.

Los demás personajes están bastante bien, aunque no todas las interpretaciones están en un mismo nivel. No lo creía capaz de un papel así a Colin Farrell. Me hace olvidar el tropezón que fue Alexander, aunque no estuvo tan bien como estuvo en In Bruges. Bien Turturro como Falcone y Wright como Jim Gordon. Pero mención aparte merece Andy Serkis, que es un Alfred despojado de sus chistes de humor inglés para ser la voz de la conciencia de Wayne. El desahueve preciso con una dosis precisa de amargura, cariño y tristeza.

Segunda digresión: la banda sonora de Michael Giacchino es el elemento perfecto para complementar esta película. Si en películas como UP o Ratatouille me arrancó un par de lágrimas y me puso al borde de la butaca con la banda las dos partes de Los increíbles, con The Batman me sumerge en esta atmósfera oscura y angustiante que termina de dibujar de manera perfecta la decadencia de Gotham.

Las tres horas de duración valen más que la pena, aunque seas de los que van al cine solo a buscar la peleíta, la bombita, la persecución, esta película cumple y te hará revalorar a este gran personaje.

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