La Eme Colectivo está presentando la obra Detención, inspirada en The Breakfast Club, escrita y dirigida por Mónica Talavera, en el Nuevo Teatro Julieta.
No me quiero ni imaginar lo difícil que es el montaje de una obra coral. Si una sola escena ya es todo un reto, ya no quiero ni pensar en una obra de teatro de más de una hora de duración. Por eso el mérito de Mónica Talavera, directora y dramaturga de Detención es más destacable, porque ha sabido combinar su manejo del tema que nos expone con su propia concepción del teatro para entregarnos una obra que, si bien a veces se desarrolla entre el caos y el orden, se desenvuelve con la naturalidad y la desfachatez que necesita para trasmitir su mensaje.
La obra, inspirada en la icónica película escrita y dirigida por John Hughes (un gran cultor del cine adolescente), nos lleva a uno de los ambientes más represivos que existen: un colegio católico, en el que cinco muchachos (el criminal, la princesa, el cerebro, el atleta y el caso perdido) sufren detención por haberse portado mal y tienen que escribir un ensayo con un tema casi existencial: ¿quién soy?



Por supuesto que no escriben nada y arman un desmadre. Lo sabemos desde hace 37 años. Pero claro está, repetir al pie de la letra el guion de la película no tenía ningún sentido. Talavera actualiza los conflictos de los cinco detenidos y nos presenta problemas que cualquier joven centennial reconocerá y entenderá, además de los terribles conflictos de siempre: el ciberacoso, la violencia familiar, la violencia sexual, la discriminación y la presión familiar por la excelencia académica, todos ellos tratados desde una perspectiva aguda que denuncia sin guardarse nada la doble moral de estas instituciones educativas.
Las actuaciones de Diego Pérez, Lilian Schiappa-Pietra (la princesa), Daniel Menacho (el cerebro), Andrea Alvarado (el caso perdido) y Gianmarco Loli (el atleta) funcionan bien en conjunto. Son un coro insatisfecho, con problemas que son considerados insignificantes por quienes se supone que debían cuidar de ellos. Son niños con cuerpos de adultos a quienes nadie les enseñó a lidiar con la violencia que los quiere someter. Por eso encuentran en la rebelión contra el profesor encargado de su custodia (Fernando Pasco) el catalizador hará que dejen de lado sus diferencias hacia su improvisado fin común: la búsqueda de libertad.
Y reitero: no es fácil hacer que cinco voces que encarnan el caos funcionen como la partitura de un quinteto de cuerdas barroco. La voz que se grita no se puede contener y choca y rebota, pero es escuchada al fin. Ellos se escuchan, ellos cambian cuando van conociéndose mejor en este entierro y esto los va haciendo más fuertes, aunque la lluvia siga cayendo.
Por Christian Ávalos.

