(Reseña) “Cómo crecen los árboles”: La memoria selectiva de los biempensantes

(Reseña) “Cómo crecen los árboles”: La memoria selectiva de los biempensantes

Hasta este fin de semana tienes oportunidad de ver esta obra escrita por Eduardo Adrianzén y dirigida por Rodrigo Falla Brousset, y que cuenta con las actuaciones de Renato Piaggio, Ebelin Ortiz (aunque nosotros vimos en escena a Gisselle Collao, quien la reemplazó por unas fechas), Gustavo Mayer, Flor Castillo, Tania López y Jano Baca. En el Nuevo Teatro Julieta, a las 8:00 p. m.

Lima es una ciudad hipócrita. No. Hipócrita no. Esquizofrénica. Tiene tantas personalidades como influencers existan, y eso la hace la ciudad peruana más desconectada de la realidad. Si hay algo que le podemos creer a los memes es que Lima es siempre esa amiga que paltea, ese pata libertario que habla del estado ineficiente, es la tía que manda piolines por guasap. ¿Y a qué se debe eso? A la tibieza de todos los que la habitamos, a la literalidad con la que superviven muchos de sus nuevos ciudadanos y a la implacable falta de empatía que se demuestra incluso por quienes deberían ejercer un mínimo de esta al momento de ejercer una función pública.

Por eso una obra como esta, escrita por Eduardo Adrianzén, cumple la misma función que el tábano socrático. Está hecha para provocar y picar. Es el rocoto sobre la piel de la Malpapeada. El contraste, aunque a veces llevado hacia la frontera con la caricatura, que existe entre los personajes de Gustavo Mayer (el militar prófugo acusado de genocidio), Gisselle Collao (la izquierdista académica que se mancha solo hasta el punto en que no peligre su suministro de petit verdot) y Tania López (lo que el argot argentino sintetizó como otra «rubia tarada») puede resumir varios tuits y opiniones que he leído y escuchado desde las ya remotas épocas de la segunda vuelta entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori. Ese es el Perú que vivimos.

Un montaje de este texto, por eso, en manos poco expertas, corre el peligro de quedarse en la superficie de todo lo que trata de expresar con urgencia. Pareciera ser el caso de esta puesta en escena del Nuevo Teatro Julieta, pero por suerte no es así. Hay actuaciones que salvan a este montaje de la superficie como, por ejemplo, la interpretación de Flor Castillo. Ella interpreta a la empleada de la casa de una izquierdista a la que muchos le podrían endilgar con alegría el mote de caviar, la cual, en los ochentas, tuvo una relación un tanto sombría con un militar destacado en la zona de conflicto y con quien tuvo un hijo, quien ahora, 27 años después, es un candidato a chef atribulado por una receta que no puede finalizar. Al personaje de Flor, por ejemplo, no lo vemos desplegar teorías ni opiniones “informadas” sobre lo que es la realidad del país. Ella, lleva la realidad del Perú sobre su propio pasado. Ella no necesita teorizar sobre lo que pasó en el país. Sabe que tanto militares como guerrilleros ejercieron el terrorismo, y solamente sabemos en detalle esto cuando es invitada a hablar, para luego ser callada. Pasa en la vida, pasa en la ficción. Una actriz de su experiencia sabe expresar muy bien toda esa carga con palabras tan sencillas y para nada doctas o pretenciosas. Ella solo está diciendo su verdad sobre el conflicto que sufrió en carne propia.

La escena de Flor hablando con la estudiante de cine interpretada por Tania López es quizá la mejor del montaje. Sin embargo, no es menos la escena del sueño del chef (Renato Piaggio), en la que la receta que no consigue sirve de símbolo de una sociedad que aún no cuaja, a pesar de ser una receta antigua, muy conocida por todos. Los fantasmas que lo persiguen son comunes a todos aquellos que ven al éxito como una salida (o escape) de este país, quienes a veces olvidan las lecciones de la historia.

Por Christian  Ávalos.

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