Tuve la suerte de ver el día de su estreno, como parte de la Primera Competencia Oficial del Nuevo Teatro Julieta, la obra Desaparecidos, escrita por Jorge Bazalar y dirigida por Leo Cubas, que cuenta con las actuaciones de Luis Miguel Yovera, Daniela Trucíos, Emanuel Soriano, Brian Cano y Sandro Calderón.
El Perú es un país roto, atravesado hasta lo más profundo por una herida que cada cierto tiempo, en vez de regenerarse, se profundiza cada vez más, como si fuera este país que amamos un anti-Prometeo. Y en los tiempos en que vivimos, ver una propuesta como la de Desaparecidos me lleva básicamente a preguntarme varias cosas: ¿algún día este país podrá curar? ¿Las familias de los desaparecidos obtendrán justicia? ¿Perderán vigencia estas historias?
Desaparecidos nos cuenta las historias de cinco personajes que se van entretejiendo hasta revelarnos el destino común de todos ellos. Por un lado, tenemos a la esposa embarazada de un militar, la cual fue obligada por su esposo a dejar el trabajo y que se dedique a su hogar. Ellos están atravesando una crisis económica que obliga a este militar a aceptar una terrible misión que lo obliga a buscar sospechosos de terrorismo y secuestrarlos, entre los que caen, un universitario que viene de algún lugar de la sierra, su amigo capitalino y el profesor de ambos.
Son, en apariencia, cinco historias sencillas que van desde lo más cotidiano a lo más oscuro y que avanzan todas en conjunto. En el proceso vamos conociendo a los personajes y logramos empatizar con ellos. Aunque no con todos en la misma intensidad. En mi caso, al menos, la historia que más me conmueve es la del profesor y de su pequeño hijo de nueve años. Las actuaciones de Sandro Calderón y de Brian Cano destacaron en momentos en el que el pequeño le cuenta a su padre una pesadilla, la cual también sirve para irnos preparando sobre el desenlace de la obra.


Llama la atención el hecho de que ninguno de los personajes tenga nombre, solo son el militar, la periodista, el universitario, el amigo y el profesor. Un anonimato que te deja claramente el mensaje de que esto le pudo haber pasado a cualquiera, que no interesan los nombres. Y, por otro lado, la sórdida certeza de que yacen en algún lugar sin nombre y sin identidad.
Sin embargo, también hay que señalar que por momentos la obra se torna un poco moralizante, como si quisiera exponerte todo esto con una clara intención de darte un mensaje en vez de sugerirte algo para que cada quien saque sus conclusiones. ¿Es que acaso es necesario en una sociedad como la limeña? En general, en un país tan profundamente dividido, ¿solo este tipo de mensajes tan directos son la única manera de mostrar una realidad que muchas veces se trata de ocultar? La dirección me deja clara su posición.
Solo espero que no llegue el momento en el que todos no tengamos más remedio que cantar una imposible canción de elefantes desafiando las leyes de la física. Los que vieron la obra sabrán de lo que hablo.
Por Christian Ávalos.