Las hembras no lloran tendrá una nueva y breve temporada en la Asociación de Artistas Aficionados por solo seis fechas, del 17 al 26 de noviembre, los viernes sábados y domingos, a las 8:00 p. m. La obra es de la autoría de Mariana Cumbi, y vuelve a pedido del público.
Las hembras no lloran es el título adaptado al «peruano» del original «argentino» Lo que quieran las guachas, montaje galardonado que nos cuenta la historia de una familia de los suburbios cuya vida se ve alterada para siempre cuando conocen a tres chicos de clase media alta. El montaje codirigido por Aldo Miyashiro y Tania López Bravo cuenta con las actuaciones de Javiera Arnillas, Andrea Brissolese, Gia Rosalino, Aria Ravines, Gustavo P. Billinghurst y Aric Bernal.
La premisa de esta es historia es sencilla y ha sido muchas veces vista: historias de amor (o sexo) que involucran a personas de distinta clase social. En esta ocasión, esa simple premisa es aderezada de elementos que el progresismo argentino es capaz de producir, en su intento de hablar de temas que solo una sociedad como aquella es capaz de discutir con amplitud de criterio. Aquí, por otro lado, nos quedamos en la capa más superficial de este conflicto: ricos contra pobres.
Tengo un problema en ver en el cheto porteño un paralelo del pituco limeño. O al menos en la forma como nos lo presentan en esta obra. Difícilmente en Las hembras no lloran nos despegamos del estereotipo de pituco malo y pobre bueno. Esto lo vemos al menos en la representación de los dos personajes masculinos del montaje: Aric interpreta a Owen, el pobre vendedor de marcianos que se enamora de una chica de clase media alta. Y Gustavo Billinghurst interpreta al pituco que abusa de una chica pobre y comete otros actos de violencia sexual. Ninguno de estos personajes crece en la historia. Quizá lleguen a cierta certeza sobre qué función cumplen dentro de la historia, pero en general te deja con la sensación de que tienen la profundidad de un charco de agua en el asfalto.



¿Será que las historias que enfrentan a grupos de distintas clases sociales deben apelar siempre a estereotipos? Los pobres, por lo general, son pobres y víctimas del abuso de los que más tienen. Y los más privilegiados o son bienintencionados con conciencia social o son casi unos sociópatas hijos de puta. ¿Será que los usan porque funcionan? Debe ser. Generan en la mayoría empatía por los que menos tienen y te causa rechazo hacia los otros.
Por otro lado, tenemos a las mujeres. Los personajes que más desarrollo tienen son los de Gia Rosalino y Andrea Brissolese. Las historias de ambas tienen un paralelismo que, iniciada la parte final, se rompe de manera trágica. El mayor peso dramático descansa en la historia de ambas: el aborto es también un diferenciador de clases que aquí se expone de manera clara.
Javiera Arnillas es la madre trans de Yani (Andrea Brissolese) y Owen (Aric Bernal). Una mujer que sufre también de la violencia que envuelve en todo momento a sus hijos. Ella hace lo mejor que puede, pero su desempeño es irregular en las distintas escenas en las que tiene que hacer de madre cariñosa, mujer de la calle o madre sufriente. Los personajes pitucos de la obra son, por demás, los más caricaturizados y unidimensionales. Solo están en dos etapas: de partuza o apunto de ir a la partuza. Esto impide que uno pueda empatizar con ellos.
En líneas generales, el manejo escénico ha mantenido una línea limpia, casi mínima, en la que no hay elementos demás. Será muy interesante ver qué cambios o adaptaciones sufrirá el montaje en la AAA, un espacio distinto al del Julieta. Esperemos contar también con la participación musical del Loko Pérez, quien ambienta las escenas más tiernas y sentidas del montaje, y es una de las mejores cosas de la obra.
Por Christian Ávalos.